jueves, 7 de abril de 2005

El cine según Facundo Miranda

(Part One, mala en este caso, excepcional)

Van a continuación las petulantes opiniones de un tarado egregio, un tal Facundo Miranda, según algunos, alias del filósofo lelista Nazareno Fernández Barrios, que cuando estaba al pedo veía cine pero en la butaca de los no videntes, a la derecha del conductor (como López Rega).

Margaritas dedicadas al amigo J. P. Milito, y a la piara de cualquiera.



“Mi desinteresado acercamiento al cine como mero veedor sin fiscos parte de la siguiente consigna sentada por Charly García en el segundo disco de La Máquina de Hacer Pájaros, año 77:

¿Qué se puede hacer salvo ver películas?

“O sea: distraer el sopor del mundo, por un rato. Y olvidar que uno está vivo. Suerte que el cine tiene un público, que en su mayoría se dedica no a hacer películas aplicando saberes de estudio sino a verlas cuando no sabe qué hacer. Si no sólo se harían películas para intercambiarlas entre los realizadores. O sea, el cine existe porque alguien lo paga y lo compra, pero porque alguien lo demanda y en definitiva lo goza, además de porque alguien decide hacerlo. Por eso los primeros privilegiados son los niños, lo niños espectadores; sepan o no hacer películas, sean brutos que buscan entretenerse o intelectuales que buscan desentretenerse. Una fenomenología de la espectación, cinematográfica, entendida como física imponderable del afectado visual.”

“En principio reivindicar un derecho de inocencia, más que de ignorancia, y de desinterés. Hay cine porque hay quien lo quiere hacer y quien lo quiere hacer y ver y quien lo quiere ver y al que le importa muy poco el cine. A mí me importa un bledo, el cine y todo. Y sobre todo tener por mucho cualquier cosa que se haga llamar arte. Reivindico entonces el bledo, el principio del bledo, el bledismo, gracias al cual me gusta meterme en todo, o sea en todo lo que no me importa, en principio porque, como dice otro eslogan mío (falso pero cierto):

La vida no tiene importancia.”

“Un famoso apotegma de Oscar Wilde: la naturaleza imita al arte. Es el gran principio que mueve al imperialismo de la industria cinemática, sin cuya eficacia, dejaría de ser una cuestión de estado, para ser sólo una cuestión de mercado (“libre mercado”, sintagma oximorónico y un imposible histórico y sociológico), o una cuestión de higiénica crítica de arte. Una cuestión de estado porque se controla por el cine, y se imprimen paquetes de sentido, se factura realidad. El fenómeno mímesis invertida es la eficacia maquiaveliana que sucede en eso que se llama cine de una manera que quizá no suceda ni haya sucedido con otro género de arte, ni siquiera con la canciones. Ante esta circunstancia yo me atengo con otro aforismo como aquel primero de García por el cual yo decía que me pongo a ver cine como quien está harto de ver llover. Y es el siguiente y procede de una famosa frasecilla de Nietzsche que rezaba eso de que “la vida no es un argumento”. Entonces hay que insistir espetando:

La vida no es una película.”

“Por ejemplo cuando uno encuentra en la calle gente que se parece a los personajes de las tiras de Suar quisiera gritarles eso en la cara. Es una cuestión de huevo y gallina: Suar imita a la naturaleza pero la naturaleza imita a Suar. Suar no obliga, no es la Ley, Suar no parte de cero; pero la Naturaleza-Gente tampoco: se imita a sí misma enajenada en Suar."

"En fin, sin insistir en esto, porque ya se sabe. Sólo salir corriendo cuando nos parece que la gente vive en películas. Sobre todo películas que no son de nuestro agrado porque la vida no es una película pero qué puédese hacer salvo ver películas, y verse en ellas, que –tarde o temprano - es inexorable. En fin, la vida, por un lado, no es un relato, querría decir el polaco Nietzsche, pero también había otro que decía – era el poeta portugués Pessoa - aquello otro de que somos cuentos contando cuentos. Nada.”

Sonríe, Dios filma tu vida

“Después está la ilusión de un arte imitando a la naturaleza, que es el reverso de lo mismo, que suele suceder con suceder lo otro, y que me pregunto si no sucede siempre (O sea: ¿no es todo “arte” realista?) y sin lo cual la gente no vería a Suar porque no se vería en Suar.”

“El cine, y cualquier entidad de lo aventurable como arte, vive porque existe una mancia de su acaecer en la que lo percipiente que lo goza es lo espectador expectativo y lo expectador espectativo en su estar sucediéndose como mirada sentiente e inteligente. Inteligente como es inteligente un estúpido ¿no?, porque los estúpidos también inteligen, salvo los lactantes o los animales sin logos (incluido el loro). Es necesario ocurrirse en la mancia de un boludizarse, que puede aparecer como la ilusión voyeur de un ver vivir, o en el principio ataráxico que cesiona la paticidad del “estoy viviendo (¡Socorro!)” al contenido de la ficción, a la fauna habitante de lo representado, donación de sistema nervioso a un mero figurín llamado personaje, que sufre por uno, o en el cual uno expiatoriamente sufre para no sufrirse de sí y su coyuntura. Dos ilusiones boludas ¡pero tan fácticas, efectivas! que mantienen viva la existencia mercante o sea comunal, común, comunitaria, de “arte”.”

“Mímesis en las dos direcciones. La mirada es mirada, lo que no significa que A sea A (“el cine que nos mira” dice el viejo de ATC…). Miramos nos miramos y somos mirados, en el pensar videcial de un entremirarse, o sea el cine es arte porque hay ojo hay catarsis y es ojo. Es arte no porque hay cámara sino porque hay mancia y hay ojo. Pero por supuesto es cine, propiamente, porque hay cámara y porque es cámara. Y micrófono, y tijera, y etcétera. Ahí es una técnica.”

“En la eficacia ideal de la performación del realismo realista el actor es un señor que finge vivir, y el espectador uno que se desvive creyendo ver vivir. Duerme, ya un sueño que lo anestesia ya un sueño que lo mortifica pero afuera de sí. Principio ataráxico del desaparecimiento de sí: el del que entrega el estoy viviendo al seno de la representación: la película es un sueño, y quien la ve no vive, duerme. Termina la película y encaja de nuevo en su vida, se levanta como el que despierta y se acopla al que se acostó ayer. Eso pasa.”

“Que la vida no es una película querría decir que nunca se ve vivir, o sea, que todo arte es realista pero ninguno realidad. Si todo arte es realista hay realismo realista y realismo no realista. Un cierto realismo - ¿cómo llamarle? ¿naturalista? – trabaja y se sucede bajo el crédito de un ver vivir. Pero hay otros realismos y otros efectos de realidad con otros créditos: el de ver verdades, el de ver ideas; el de ver sentido. Hasta la cámara oculta – entendida como género cinematográfico – no cesa de mantener, por solapadamente que lo haga, una épica y una fábula. No hay solas formas y fondos aislados: ver vivir es ver narrar: habría vida en los libros (no sólo en Marte) y en las tomas; se ve filmar y se ve el guión, y se ve el adhesivo de la pegatina. Como dirían los psicarioanalistas: montos de afecto. Cine es montaje en cuanto es cine (un arte que según eslogan del filósofo Badiou es todas las artes y una más), y todas las demás cosas que son las demás artes en cuanto las es sirviéndose de ellas metonímicamente por no decirlo así, y en tanto cuanto es real y es arte en cuanto arte en su ocurrencia como tal – y no como un tipo específico – cine es afección, el modo y modos de un rosario de afectos en el que se afecta y se es afectado.”

“El espectador en todo caso, y si lo hubiere, es mejor dicho un afectado, un afectado mental…y visual y todo, y un afectante también, un acaecimiento entre rayos de intensidades ametralladas de significaciones.”

“Tasar al cine, ergo, como ocurrencia estética, de acuerdo a su afecticidad. Pues tiene entidad de arte y de objeto de la realidad en tanto tal cosa. El cine acaece en las economías de las intensidades, y vale en ello, si cine es arte y arte una manera especial de la afección.”


Y así este filósofo equivocado, que tampoco se priva como otros hombres de opinar y de saber para qué hay “cine”, retiróse del Capitol y volvióse a la esquina de Suipacha y Santa Fe a seguir pidiendo un fasito a los viandantes cuyos automóviles provisoriamente detenían en tal intersección esperando el visto bueno de un semáforo para seguir camino en el derrotero ciego de sus visibles vidas.